
27 Nov El espacio del no saber
Alzar la cabeza y mirar al cielo bastaría para comprender la insignificancia de todo aquello que nos vanagloriamos continuamente de conocer. O, al menos, nos aportaría la perspectiva necesaria para disfrutar más de nuestra ignorancia.
Cierto es que en el mundo de formas que habitamos el saber es fundamental. Es necesario conocer las reglas del juego para poder avanzar en él de la manera más conveniente posible, dado que de ese conocimiento depende incluso la supervivencia. Pero no hay que perder de vista lo esencial.
En el plano de formas circunstanciales, el poder radica en el contenido. La información nos permite movernos, prosperar y negociar para seguir adelante. Nos educamos en distintos campos de conocimiento para que las circunstancias nos respondan de manera favorable. Sin embargo, en ese complejo juego de formas, el plano esencial nos pasa desapercibido. ¿Cómo apreciar el silencio en un mundo donde impera el sonido? ¿Cómo ser consciente del espacio vacío cuando la atención se centra en el contenido? Y al mismo tiempo, ¿cómo es posible el contenido sin un espacio que lo albergue? Aprender a sortear las olas, sin apartar nunca la mirada del fondo del océano, parece un reto imposible.
En la dimensión que subyace a todo y lo comprende todo, el poder no reside en el contenido sino en el vacío, es decir, ya no se trata de saber sino del espacio sin límite del no saber. Una vez que admitimos la posibilidad del no saber, ahí empieza el verdadero aprendizaje.
La famosa frase “Solo sé que no sé nada”, atribuida a Sócrates, suele citarse de forma superficial, sin entender su gran verdad. Al proclamar su “no saber”, el filósofo está abriendo un espacio ilimitado en el que todo es posible. El saber implica límites, mientras que el no saber es infinito y, por lo tanto, conlleva en sí mismo un saber más profundo, un saber más allá del saber.
La página en blanco suele producir miedo y hasta vértigo, como un vacío que amenaza con tragarse lo que creemos ser o conocer. A veces es necesario observar ese vacío durante un tiempo, como si del cielo sin fin se tratara, para que la angustia inicial se transforme en silencio de vida. Asumir el “no saber” es la forma más honesta de iniciar el camino. No olvidemos nunca la página en blanco, tengámosla presente para que cada momento sea un inicio, una posibilidad, una aventura en cierta forma. Después de una página escrita, siempre habrá otra en blanco que lo contendrá todo por el simple hecho de no contener nada.
Al espacio del no saber le pertenecen también todas las historias aún por escribir. ¿Cuántos personajes no creados todavía viven en el vacío de la página en blanco? Concebir el infinito es algo para lo que la mente humana, que necesita siempre limitar para comprender, no está preparada. Por eso, a la hora de sumergirnos en la dimensión sin fin de las historias, hay que levantar la mirada hacia el cielo y permitir que su inmensidad nos guíe.
Paulina
Publicado a las 16:08h, 27 eneroMe encantó esta reflexión que en sí misma abarca tanto. Por eso, esta vez en lugar de comentar algo adicional, miro hacia ese cielo inmenso.
Isabel Forga
Publicado a las 00:58h, 28 eneroGracias. Mirar al cielo puede ser la mejor de las respuestas.