Isabel Forga | 366 tardes de mar interior
Sitio web y blog de la escritora Isabel Forga con información de sus novelas, poemas, entrevistas y artículos sobre aspectos literarios, culturales e introspectivos.
Novela, Ficción, Guerrera, Fantasía, Poemas, Filosofía espiritual, Viajes, Entrevista, Escritora, Luna, Sol, Mitología, Booktrailer, Batallas, Aventuras
1889
wp-singular,page-template-default,page,page-id-1889,wp-theme-bridge,ajax_updown,page_not_loaded,,qode-title-hidden,qode-theme-ver-12.1.1,qode-theme-bridge,wpb-js-composer js-comp-ver-5.4.4,vc_responsive

 

Sin pausa se anuncia otro inicio,

despojado de rituales esta vez,

porque el cielo no ha cambiado

ni la mirada que lo busca inquieta.

¿A la espera de qué estamos?

Cuando las tardes se suceden,

aun bajo todos los ojos cerrados

que transitan en sueño profundo,

ni un instante es igual a otro.

Dame tu sonrisa de luz o lluvia,

cúbreme de silencio reposado

o de ráfagas de poder supremo

para no olvidar nunca tu presencia.

A veces basta solo una mirada

para encender todos los sentidos

ante la intensidad de lo amado.

Otras veces se oculta bajo un copo

o un pétalo o una mueca infantil.

Es necesario observar cada detalle,

desnudarlo de todas la envolturas,

alzarlo en las manos como a un cáliz

y saberlo de nadie, libre y veraz.

Cuando el sentido nace en un gesto,

tímido, sereno, sacro y salvaje,

se atesora en el pecho silencioso

o se entrega en dádiva espontánea.

No es necesario abatirlo al vuelo

ni arrastrarlo como grillete al tobillo,

no se dejará masticar ni engullir,

su carácter es la libertad misma.

No hay mentira posible en el pulso

de la entrega más allá de la forma.

Cuando se extienden alas al cielo

se abarcan siempre las verdades,

montañas con sus soledades tibias

que reposan al fondo del abismo.

Precipicio de silencio sin memoria,

inerte, pero alerta en su quietud,

se abre ante mí como un mundo

que conozco y ansío al tiempo.

No es desidia ni cobardía ni sed

lo que me tortura muchas noches

revolviendo memorias sin pausa.

Siempre te he sabido presente,

y te reconozco en dos mil facetas

que son en realidad mi rostro

con todos los surcos nuevos

y los que el espejo no muestra.

Ahora es la palabra que señala

todos los caminos imposibles,

porque solo una opción esencial

descarta todo sufrimiento vano,

y después esas nubes de tormenta

antes sombrías y amenazantes,

se nutren de riquezas indecibles

bajo otra mirada de ojos mismos.

Mas cuando el temor en crudo

se alza poderoso, súbito y funesto,

con sus garras de poder profundo,

solo la observación sin acto alguno

es vía sabia y única de liberación.

Detenerse frente a un mar lejano,

ante su rumor de olas perfectas,

con ojos cerrados bajo sol y brisa,

imaginar la caricia sutil de sal,

de vida ancestral, serena, sana,

súbita, sabia, suave como el alba,

cercana desde el primer recuerdo,

mía, de todos y de nadie…

El conocimiento interior permanente,

intuido sin preguntas ni respuestas,

con su reflejo en los ojos amados,

reconocido desde vidas pasadas…

lo mantengo en mí un instante,

más allá del sentir o el pensamiento,

a pesar del veneno vertido sin aviso,

por la espalda, por todas partes,

con labios espumosos de ira blanca.

Lo mantengo con los ojos cerrados,

para que el tiempo irreal se detenga

y nos olvide entre el oleaje feroz

de un mar de egos de fuego rancio

encerrados en su círculo vicioso,

aciago e infame de rencores viles.

La tormenta de preguntas interiores,

involuntarias como el pensamiento,

acompañan mi pasear errático

entre los sauces y los juncos tibios

de una mañana de libertad distinta,

silenciosa, transparente, y tan breve

que conlleva intrínseco un dolor

por la pérdida en verdad inexistente,

pero aun así trágica entre las formas.

El acto único de observar sin más,

a pesar de las revelaciones tristes,

que llegan inesperadas cual bandada

de latigazos súbitos, aciagos, infames

-o al menos así la mente los percibe-,

muestra un historia distinta, vacía,

sin rencores absurdos ni juicios vagos.

Es claro como el silencio continuo

que subyace a la palabra y al recuerdo,

y acaricia como brisa cada paso,

es maestro y guardián de verdades

que se deslizan por cada poro de piel.

Pero ¿qué hacer con esa tristeza

que nos rodea como niebla espesa?

¿Cómo ignorar el gusto amargo

que a veces impregna la memoria?

La contemplación del torbellino sin fin

puede marear todos los sentidos,

creando caos repentino y destructor,

como una tempestad inesperada

que arrasa con todas las defensas.

Hay que mantener las manos abiertas,

las palmas dispuestas para recibir

la lluvia suave o los rayos hirientes

porque solo en la aceptación sincera

se abandona el sufrimiento inútil.

Cuando ese gusto amargo regresa

con la fuerza de un potro salvaje,

solo podemos contemplar su furia,

permanecer con el ancla firme

sobre la única superficie estable

o al menos saber que nos arrastra,

que nos ha superado una vez más

y que habrá otras nuevas ocasiones

para advertir que el oleaje se alza.

En la dimensión de tiempo y espacio

el movimiento es inevitable y sano,

pero hay que percibirlo efímero,

conocer su limitación intrínseca,

con su miedo y su dolor constantes.

Ver pasar las formas en el revuelo,

incansables, insaciables, ávidas,

en ese instante en que el dolor

te arrolla como una estampida,

y luego te mira mientras se aleja,

con sorna fingida, superficial

y tan irreal como su naturaleza.

¿Cómo levantar el vuelo otra vez?

¿Cómo mirar al mundo a los ojos?

Los esfuerzos vanos por enfrentar

una esperanza que se eleva y cae

en picado bajo tierra y bajo mar,

descubren sendas de verdades,

que parecen demasiado distantes

y se escurren entre los dedos,

sinuosas y ardientes, aún lejanas.

Con la cabeza baja por el tumulto

perturbador de todos los sentidos

y todas las reacciones retenidas,

camina unido el dolor humano

perdido en sus propias palabras.

Qué fácil gritar “ya lo entiendo”

manteniendo el mismo paso falso,

en avance horizontal y continuo

por todos los caminos ya abiertos

sin que la vista se torne jamás

ni se detenga sobre lo ya andado.

Cuando las miradas se encuentran

desde el fondo único de su verdad,

basta un instante para contener

todas las olas sedientas de orillas.

Con el sentido anclado al fondo,

se pueden amar todos los rostros

en una danza interior sin pasiones,

en un silencio perfecto de verdades

que ni la feroz tormenta sabe truncar.

No se trata de alcanzar ningún fin

con la falsa resolución del espíritu.

Bastaría con entender la grandeza

de una sonrisa presente y sincera,

esbozada en este único momento.

Creemos que la vida da sorpresas

cuando el suceso difiere de un plan

trazado por la mente ciega de ilusión,

y golpea cruelmente, ¿cómo negarlo?

contra las ideas acunadas por años

en todos los rincones de un deseo.

Desde la cima quizá por un instante,

inundada la vista de aparente belleza,

se sueña con el vuelo libre del águila,

que remonta montañas y océanos

extendiendo sus alas de sol infinito.

Y después, más profunda la mirada,

aun con ojos cerrados bajo el cielo,

se entiende que el águila vive dentro,

entre la bruma del dolor y el esfuerzo,

intacta, salvaje, sin imagen de sí misma,

sobre todas las olas que habitan el ser.

Durante las noches de miedo indómito,

que serpentea irracional y desbocado,

solo la quietud inmediata es remedio.

¿Para qué una necia plegaria continua?

¿Por qué el deseo insaciable de buscar?

Una mañana de sol con sus promesas

me regala todo el resplandor necesario,

pero pronto la montaña se desploma

cual castillo de arena en la tormenta,

y los truenos feroces se conjuran

con el poder de detener los corazones.

La iluminación es el único ruego lícito

para que todos los ríos confluyan

y el silencio persista en la borrasca.

Lo demás, por sí solo, seguirá su curso

por los caminos invisibles y sabios,

y dejará los tropiezos para las mentes.

Hoy cobran las miradas nueva luz,

aunque sea por un efímero instante,

con la rendición y el espacio debidos,

ahora es siempre el único momento.

Y después será ahora una vez más.

Palabras de cenizas muertas y frías

arremeten contra oídos incrédulos

como los días disueltos en la nada

que creíamos eventos esenciales.

El silencio es el refugio del tiempo,

en su vacío nada nace ni muere,

sereno ante los ríos de decepción

que se generan como abismos secos

cuando los brazos no abarcan el dolor.

¿Qué se puede en verdad no hacer?

Ante el alud constante de demandas,

¿es posible adoptar gesto pausado?

Bajo el peso de acciones indeseables,

¿existe un límite interior infranqueable?

¿Qué serena canción doblega la mente?

¿Cómo discernir un pensamiento original?

Tan solo con alzar la vista al infinito

se puede vislumbrar la grandeza del ser,

pero son tantas las sombras cegadoras

que gotean temores y desesperación

por los vidrios resquebrajados de ayer

que persisten repetidos pensamientos,

unas veces entre extasiados delirios,

y otras, hacia precipicios insondables.

A través de una mirada de ojos amados

se alcanzaría el fondo de los océanos,

aun en esas noches de oleaje ferviente

cuando un recuerdo acelera el pulso.

Sería suficiente esa mirada o una nube,

o unas alas de mariposa sobre el aire,

o la caricia del viento suave de verano

cuando baila frente a la fuerza del mar.

Sería suficiente eso para sentir la vida,

antes y después de todas las ideas

que adormecen y nublan la existencia

cuando el torbellino turbio envuelve

el instinto creativo que no es propio.

Bastaría con saberlo en lo más hondo

para despertar a la belleza absoluta,

la que ha vivido en todo desde siempre

y permanece después de los cuerpos,

esos cuerpos que sufren en silencio

o a gritos como eco de sus mentes

que reprochan y atormentan y mienten.

Pero existe un saber más profundo,

una voz agazapada, siempre constante,

un rumor sabio, a menudo ignorado,

un pulso que guía cuando es atendido,

y espera atento cuando es olvidado.

Nada importa durante las horas bajas,

perdidas en una ignorancia anclada

en recuerdos inamovibles o deseos

construidos sobre castillos de agua.

Todo puede disolverse en un instante,

en un segundo verdadero de quietud,

y detener el tiempo mental inexistente.

¿Cómo tomar esa pausa perfecta

cuando sombras invaden la calma?

Solo con el saber intuido se percibe

que todas las miradas son amables,

incluso las que rocían sal y fuego

o las que duermen en inerte letargo.

Esas horas bajas que se arrastran

como reptiles silenciosos y letales,

apareciendo entre arbustos frondosos

de la forma más voraz e inesperada,

podrían simplemente evaporarse,

así como se disuelve un mal sueño

ante el despertar de la consciencia.

Vueltas y más vueltas, arriba y abajo

serpentea el pensamiento sin pausa,

repite, reniega, se alza, se desploma,

en el espejismo de su propia danza.

Como en un laberinto de sombras,

transcurren las madrugadas húmedas

en esos brazos de garras imaginarias

que tantas veces estrechan el sentir.

Y los arrebatos de fuerzas externas

escupen carcajadas amenazantes

con la única intención de avanzar

a costa de abusos inconscientes.

Lecciones constantes se suceden

disfrazadas de sorpresas crueles

y la enseñanza se pierde de nuevo

entre la maleza de lo único esencial.

Cerrando los ojos hacia el abismo,

es necesario a veces lanzarse así

con la confianza en la caída inocua,

con el dolor narrado a flor de piel,

arrastrado en forma de culpa ciega,

después de todo y a pesar de todo.

Y la pregunta constante, presente:

¿es posible vivir de otra manera?

¿en el cambio interior radica todo?

¿la situación exterior está sujeta

a ese despertar, como los sueños?

Si fuera posible abandonar la espera

y el dolor del egoísmo inconsciente,

si existiera una pausa real suspendida

entre los atajos de este mundo loco.

Avanzamos entre juncos sin saber

que sí es posible vivir este momento,

que sí existe el instante fuera del tiempo

en una dimensión que ya es nuestra.

Detenerse a sentir la corriente de vida,

esa energía perdida en un ensueño

que golpea la pared del pensamiento

y se debate a tumbos entre las olas

empujadas por vientos externos.

Cuando la calma es el mayor anhelo

para dejar atrás deseos y recuerdos,

la carrera de la vida pierde su valor,

se transforma en paseo entre sauces,

se saborea como una promesa fiel

que alcanza cada vena y cada poro

como si se abrieran por primera vez

los ojos verdaderos que todo saben.

Pero antes está la noche sin fin,

ese túnel oscuro donde los pasos

resuenan como ecos plañideros

sin principio ni salida en el tiempo.

Palabras atormentadas de otros

que amenazan el umbral del dolor,

quejidos constantes que abruman

el sentir perdido en un ayer muerto.

Tristeza propia y ajena, impuesta,

heredada, acumulada, acunada

en brazos como carga de pasado

que ruge con furia ante el mundo

o se agazapa como fiera golpeada.

Y es que siempre habrá temblores

en los cimientos de todo concepto,

sacudidas entre sustos y milagros,

ataques inesperados que devastan

y regalos repentinos entre sueños

para que el equilibrio se imponga,

aun cuando su valor sea invisible.

Se acercan otro final y otro principio

con lenguas nuevas y sus secretos,

llenos de esperanzas difuminadas

entre los amarillos de miel y hiel

que se confunden en el torbellino.

Hallar placer en la incertidumbre,

aceptar los reveses como elección,

entender la oportunidad del dolor

para el despertar de la conciencia,

y descubrir el amor en su verdad.

Teorías certeras que se vislumbran,

aunque no corran aún por las venas,

como la presencia que se descubre,

tal vez hoy o quizá en ciclos futuros,

porque el sol continuará brillando

y las olas alcanzando cada orilla.

 

31 de diciembre de 2024