El peso del pensamiento
en las sienes, en mis latidos,
con su lento caminar
y la indiferencia de su tacto.
Y en medio tú,
con tu mirada inmensa
sin temor, sin prisa,
siempre en la herida.
La voz de las horas,
contenidas, presentes,
en su propio universo
y en mi respiración.
Y antes tú,
desde el principio,
como el alba de todo
o el rocío de mi aliento.
El abismo del mañana,
entre promesas y miedos,
hacia los días soñados,
con sus noches inciertas.
Y después tú,
hasta el fin de las notas,
más allá de los tiempos
que nos dotaron de vida.
Ciudad de México, marzo 2011