Isabel Forga | 365 tardes de azul sin mar
Sitio web y blog de la escritora Isabel Forga con información de sus novelas, poemas, entrevistas y artículos sobre aspectos literarios, culturales e introspectivos.
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El rumor de la noche cae temprano

entre las siluetas de la memoria,

y se desliza por las calles oscuras,

empapadas en recuerdos sinuosos.

Y luego la ola de aromas luminosos

voltea de nuevo todas las defensas

y me abraza y te abrazo con impulso

desde aquellas tardes de lluvia gris

con sus esperadas mañanas de sol

cuando todo era nuevo y azulado,

desde las sábanas hasta los cielos.

De nuevo las gotas solas y perdidas

de todos los inicios, resbalan,

como la noche con su luna blanca,

como el despertar de ojos cálidos

que fallará solamente una vez.

Ya no me buscan los pasos sombríos

ni los caminos sembrados de ayeres,

prefiero disfrutar la espera amiga,

con su inercia paciente de momentos,

únicos como su mismo caminar.

La espesura del bosque sigue intacta,

siempre el flujo de transformaciones,

de senderos altos y bajos, y dudosos,

entre lamentos o risas o silencios.

Los temores antiguos resurgen

y claman verdades intuidas, amadas.

Prosigue el tormento de voces,

Internas, sonoras, temidas, ignoradas,

en esa noche que cae de nuevo

sobre mí y sobre todo, siempre perfecta.

¿Te acuerdas de aquella paz primera?

La que nos cubría en las tardes cálidas

cuando las espinas eran aún jóvenes

y no rasgaban las nubes a su paso.

¿Cómo olvidar la carpa de cielo rosa

acompañada de campanas lejanas?

Desde la sonrisa elevada del día

sobre las torres de aves blancas,

con el lento caminar del crepúsculo,

podía abrazar la voz de tu noche

desde el centro, como si surgiera

de la verdad serena y preciosa,

que no es tuya ni mía ni de aquellos

que combaten entre ideas sagradas

como si solo sus minutos contaran.

¿Has olvidado ya los sueños de luces?

Esos sueños de las madrugadas frías

que dibujan horizontes y quimeras

mientras la consciencia se funde

con los temores sonoros del día.

Busco en la memoria el futuro ilusorio

y me cuelgo de ese pasado inerte,

planeando sin sentido sobre el día

como un ave perdida entre sus nubes,

como una página rasgada por el viento.

Se enciende otra noche ante mí,

y me sorprende aunque la espero,

me sobrepasan sus tonos cálidos,

después de tantos ocasos gélidos.

Anhelo aquellas manos vacías

que se alzaban sinceras al cielo

sin el temblor de todos los temores

que amenazan ahora mi silencio.

No olvido su súplica muda y sincera,

ni sus secretos recitados al alba,

cuando los sueños se podían palpar

como regalos venideros y leales.

El dolor sordo de los años muertos

impregna como una huella de metal

los intentos de sanar en el abrazo

de todos los recuerdos amados.

He vuelto a pensar en las formas

que los momentos van adoptando

como mariposas que revolotean

entre los andares frenéticos

de tantos paseantes de caminos,

que avanzan ignorantes de quietud.

Añoro los despertares frescos

con las verdades del día rosado,

naciente, como ese sol nuevo

de todas las mañanas jóvenes.

Y sé que nada ha cambiado,

más allá de piel y pensamiento.

Los juegos de siempre traicionan

sin pesar cada exacto momento

y la tormenta se cierne incansable.

La libertad entorpecida, ignorada,

enterrada bajo la rabia ferviente

que golpea noche tras noche

me muestra su reacción vacía.

Ruego por esa rendición serena,

la que ensalza la quietud única

y se entrega a los brazos sabios.

La vislumbro, la intuyo, la espero,

creo conocerla cuando me abraza.

Y después la pierdo una vez más

entre la maleza tupida y absurda

de la desesperación inconsciente.

Como un río que fluye hacia dentro

y alcanza todos los rincones secos

riegan tus versos mi memoria.

¿Cómo olvidar el olvido mismo?

Solo volviendo al principio único,

aprendiendo a observar el movimiento

de cada pensamiento y emoción,

de cada arremetida de las horas

con su noria de sonidos y silencios,

lejos de las olas de desesperación

se puede amar en verdad.

Tan lejos estamos de percibir,

una vez callada la voz constante,

los silencios que navegan solos

entre las notas de flautas dulces

y el desgarro de motores sordos,

que pensamos en la vida como

trajín endemoniado sin espacios,

sin pausas, sin el sacro vacío

de los momentos fuera del tiempo.

Pero es posible trascender la mente,

y el ir y venir de los latidos sin fin,

y soñar más allá de las páginas,

por entre las líneas de historias que

embargan el corazón y los sentidos.

El dolor punzante del colmillo

se abre paso entre esos sueños,

y la tristeza severa y conocida,

disfrazada de temores ocultos,

visita la madrugada interminable

y el amanecer azul de nostalgia.

Un sol efímero nos envuelve de nuevo

con promesas de luces radiantes

para absorber en bocanadas lentas

que se disuelven entre las horas

a la espera de tormentas iguales.

Llegará una vez más el crepúsculo,

abrirá el cielo su boca misteriosa

y regalará colores y aromas mágicos,

vertiendo su noche sobre los seres

que admiran o ignoran su poder,

cubiertos con su bóveda de tesoros.

¿Sólo a mí me cuentas historias?

Cielo de llanto y luces brillantes,

tu mirada me devuelve otros ojos,

tu abrazo me envuelve de recuerdos,

y el ave de senderos soñados

me saluda con sus alas antiguas.

Añoro los atardeceres cercanos

que me observaban desde dentro,

solo ellos saben que los perdí

entre mis dedos, entre mis miedos.

Los conservo solo en la dimensión

intuida de las noches de silencio.

Un atardecer es un sueño de amor

dibujado entre relámpagos súbitos

que se desploman sobre el mundo

como mensajes alados de lluvia.

Siempre un latido nuevo se abre,

huella sola sobre la tierra húmeda,

resplandor olvidado entre nubes

que vuelve con la caída del día.

Las tardes cálidas han regresado

con la calma que parecía perdida

en su regazo de secretos áureos

y de paseos largos bajo los sauces.

Memorias de veranos que viví para tus ojos.

Observar el miedo es abrazarlo,

dejar que respire sobre ti en silencio,

permitir sus pasos lentos entre los días

con sus noches ardientes de sombra,

y latir despacio en ese abrazo

que detiene todo en su pausa azul.

Hemos hablado de momentos solos,

de esos que anidan bajo la piel

y recorren las venas como alcohol

para aposentarse en la nuca fría.

Sonidos que golpean los sentidos

cuando ya el sol se ha perdido y

el mismo dolor camina en círculos.

Sólo la espera es posible y conocida.

En el laberinto de los años sin fin,

se aprende el sabor del proceso.

Nada ha muerto, todo permanece,

y lo clama este nuevo anochecer.

¿Por qué el silencio no amansa ya?

Bajo la lluvia persistente me llama,

con su voz de fuegos antiguos

que encienden la memoria pausada,

la que se alza sobre esas montañas,

rojas de vida nueva ante los ojos

ya cansados tras el camino andado.

Se recarga la mirada interior frente a

los miedos que retornan como aves

y revolotean bajo la noche oscura.

Pero te tengo, siempre te tengo,

y en el fondo lo sé en todo momento.

Una vez más, elevada la vista

hacia la mano de sombra callada

que cubre con gesto suave la frente,

abiertos los brazos hacia el agua

de hielo y fuego que todo ilumina,

se suceden los suspiros al abismo

en esa caída familiar y desesperada,

que se sabe resurgir en su espera,

como siempre y como nunca antes.

Y de pronto, se abre paso en la memoria

un instante ignorado, extraviado,

generado por la impaciencia constante

y absurda de las formas externas.

Pero en su fondo conoce mis vértices,

me los muestra con cada gesto,

me abre los caminos necesarios

con cada revés del sendero oculto

para que el espejo de mis ojos vibre.

Las tardes se han tornado oscuras,

bajo la carpa de noche temprana,

ataviada de tempestades súbitas,

y de esos regalos inesperados

envueltos en abrazos cálidos

que sorprenden con alas ansiosas

cuando el corazón se pierde.

El mareo de los días que giran

en espirales de emociones coloridas

me sustrae de mi propio ser

para entregarme a los laberintos

repetidos sin más tregua ni sosiego

que las historias ajenas y amadas.

No sé de verano sin atardeceres.

Me robaron el momento esperado,

y debo recuperarlo interiormente

antes de que el tedio inconsciente

lo rodee todo en su abrazo mortal.

Mis ojos seguirán mirando al cielo,

aun cuando la lluvia lo enturbie,

aun cuando el alba lo sonroje.

Como siempre, en mi pecho,

lo sostengo a través de la noche,

no para encerrarlo ni poseerlo,

sino para canalizar su verdad,

para conocerla sin entenderla,

como el árbol milenario y quieto.

Fascinación por su belleza inmóvil

y la paz de cada hoja presente

o muerta a sus pies de vida.

El círculo sin fin incomprensible

para la mente de voz enajenada

ofrece tonos y ecos envolventes,

vacíos, enronquecidos, inertes,

de colores que parecen vivos,

como espejismos relucientes

con sus texturas inesperadas.

Mi atardecer es ya un recuerdo.

El avance de sus flores blancas

en mi memoria de ojos cerrados,

poderoso en su silencio amado,

no está perdido, no puede estarlo,

pero lo percibo desde mi jaula,

durante una espera hipnótica

donde solo las lágrimas danzan.

Energía intermitente y feroz

que consume y eleva sin razón

entre euforias y tormentos locos

pasa sumirse en juego constante

de sueños que penden de hilos.

La ansiedad azul tras la tormenta,

las palpitaciones de vida presente

mantienen el sentir del silencio,

a pesar de todo y después de todo.

En brazos la llevo, esa tristeza,

que a veces ahoga o ensalza,

porque no es mía ni de nadie,

es verdad escondida, presente,

se respira en la tarde sola de otoño

o bajo el aguacero de la noche.

Regresa cuando ya el adiós cerraba

un capítulo más de soledades

y golpea en el rostro con frescura,

para embestir como una ola de sal,

como una sacudida necesaria

que arroja el lastre a lo más profundo

porque solo así se puede flotar,

solo en ese fluir se puede ser

y volar aun arrastrándose en la tierra.

Mantener la cabeza en la superficie,

de agua o de fango, de risa o llanto,

así como nadan los pájaros el aire,

así como abrazan los árboles el cielo,

para entender la grandeza oculta

del cambio constante que disfraza

permanencias invisibles a los ojos.

¿Quién no ha amado a alguna nube?

Nubes que desaparecerían al tacto,

pero viven en la memoria interior,

atraviesan los cielos de madrugada,

se cuelan en los sueños día y noche,

y se desintegran sobre el horizonte.

La mente las cree de su propiedad,

intenta retenerlas entre las manos,

poseer esa bondad antes intuida,

pisoteada sobre caminos extraños

y experiencias que sacuden cimientos.

Si me reprochan dolor en la mirada,

les hablaré de nubes de tormenta,

de esas que parecen arrastrarse

frente a un sol permanente y solo

para ocultar con destellos el brillo

que sobrevivirá a todos los cuerpos.

En el viento mismo habita el ser,

en la gota que resbala de una brizna

y cae sobre la hormiga que avanza

arrastrando la semilla inmóvil

o el cuerpo inerte que la supera.

En la sangre propia y ajena vive,

en los ojos de todas las formas

que vuelan y reptan y aman

sin darle un nombre a su sentir.

Como siempre, al cerrar los ojos,

el mar sagrado alcanza mi orilla

con olas de momentos pasados.

Algunos braman en agonía torpe,

otros me otorgan regalos sabios

que se evaporan como sueños

resbalando por los vidrios helados

en las mañanas azules de invierno.

Cristales empapados de recuerdos

que se deshacen en caminos fríos

con la calma del silencio profundo

o la algarabía de niños y perros

confundidos en la rueda sin final.

Como telarañas constantes y frágiles

se anuncian los momentos futuros,

puntos claroscuros en la imaginación,

dimensiones paralelas a los sueños,

sin existencia más allá del pensamiento.

Se disuelve entre miles de momentos,

la búsqueda inicial de un rostro amigo,

en aquel tiempo en que aún creía ver

absolutos posibles en sus formas.

Solo buscando en los cielos tardíos

vislumbro sombras que aún conozco,

que todavía me invitan al abrazo

cuando paseo a su lado en mi memoria.

Su extensión sin fin abre caminos,

bajo sonrisas y miradas diferentes,

con sus pasos alfombrados de ecos.

El grito de la noche sigue presente,

en una llamada que el corazón conoce,

en un pétalo de esperanza solitaria

que nunca se ha hundido en el mar.

El mar lejano, el mar ausente.

Tardes de tardes sin ti, sin tus olas,

sin ese aroma a libertad infantil,

aun en medio de mil mazmorras.

Te percibo con tu rumor cálido,

tan ansiado en tiempos pasados,

amado más allá de circunstancias,

aceptado sin preguntas ni dudas,

tan natural como todos los cielos.

Con la intuición propia, ancestral

viva aun entre sombras densas,

conozco tus ojos de sal perfecta

que me miran desde el interior.

Un ciclo más está por cumplirse,

otra montaña sobre el horizonte,

un paso menos hacia tu verdad.

 

31 de diciembre de 2023