Si te alcanza el rugido de su azote,
deja que los vientos
desenreden los nudos del destino
y arrastren consigo
insaciables látigos de acero.
Si te ensordece el bramido de su fuerza,
deja que las olas
inunden con su llanto
corazones de cemento
y destruyan el veneno de su pensamiento.
Si te ciega el fulgor de su poder,
deja que las llamas
derritan con su abrazo
las miradas de nieve
y devoren las pálidas máscaras de hielo.
Abre tu pecho entonces,
prisión del sentimiento,
y vuela sin alas,
sobre las olas y las llamas,
a caballo de los vientos.
Barcelona, 1993