Se deslizan
sobre espejo de agua las horas,
con su rumor de miedos grises,
y los perfumes de recuerdos vagos
sueñan pinceladas más allá del lienzo.
Pierdo la sonora silueta de tus días
como sombra del ayer entre mis dedos
y ya no importa si la espina hiere
los contornos o las vísceras del fondo.
Soledades de colores yacen
bajo los pasos cansados del aire
y entre lagunas de tormentos lloran
con la fuerza del deseo robado.
Se derraman en cascada los segundos
al abrirse los párpados amados
y cual soles y lunas de los cielos
llueven ríos sobre surcos blancos.
Podrás mentirle al aire y a las flores,
negarás el saber que te subyace,
arrastrarás los pies sobre el lodo seco,
y rezarás con palabras aprendidas.
Has repetido tu cantar milenario
desde que los seres alados reptaban,
y ahora te acompañas de lamentos
mientras el momento se transforma.
Alardeas de tus palabras vacías,
sin conocerte ni conocer a nadie,
como si todos los sonidos del alma
se desdoblaran en huecos sin fin.
Con una única mirada al alba clara,
se podría abrazar la vida entera,
y en cambio te bañas de tinieblas
bajo las noches de estrellas rotas,
en busca de secretos falsos
que te regalen instantes perdidos.
Haces pactos a cambio de todo,
cuando solo en la nada vive el ser,
y en la espera de segundos plácidos
ignoras el único silencio vivo.
Para llorar entre círculos eternos,
no hacen falta inicios perfectos,
ni melodías aullando en el viento,
ni tardes de susurros lánguidos
frente a las cumbres del olvido.
Si la rabia absurda y venenosa
te embarga con la voz del trueno
abre los brazos de plumas salvajes
para romper todos los vientos.
Son esos vientos de verdad indomable
los que arrullan el sentir dormido
para que despierte bajo un cielo nuevo
de bóvedas grises y plenas
donde descansan los atardeceres
desde el inicio de los días.
El rayo sonoro atraviesa tu luna
y la rocía con su brillo de figuras
tambaleantes entre mis manos,
como danzas de vidas pasadas
que prometen presentes sin memoria.
Es el regalo de este momento único,
sabio, perfecto, fugaz y sereno,
seductor de verdades indómitas
que adormecen el pesar continuo
del pensamiento insaciable.
Un día más entre cielos y abismos,
una noche más, arrebatada al temor,
para seguir en el sueño infinito
de las horas iguales y efímeras.
Telarañas movidas por el viento,
centinelas constantes del ayer,
apaciguan los sentidos durmientes,
como caricias, como reclamos
desde las sendas recorridas
sin pausa y sin consciencia.
En la quietud azulada de la tarde
se diluyen las sombras ladronas
de almas y versos que abrazo
en mi pecho ansioso de secretos
que solo la esencia inmóvil
respira y conoce desde siempre.
Es la montaña lejana y callada
de todos los recuerdos andados
la que se dibuja ante mi silencio
este atardecer de nubes rosadas.
Y ya cae la noche voraz
con su delirio pausado y solo,
otro crepúsculo de luna llena,
gigante y blanca como su voz.
Se anuncian regalos de oscuridad
bajo la carpa trémula de sus ojos,
y en la espera ardiente del dolor
vislumbro los perfiles serenos.
No hay temor en el abrazo tibio
del atardecer creciente de sombra,
solo la pérdida perturba el sentido,
como siempre, como nunca,
con ese frío teñido de lágrimas
que el verano conoce bien.
Pero es mío el momento amado,
y una vez más la araña teje
bajo el firmamento violeta,
ajena a la gloria inigualable
de este umbral desconocido.
He visto a lo lejos las muecas
de los que pierden las formas
entre alaridos de metal helado.
Saboreando el miedo sin rencor,
se arrojan a la nada en llamas,
a sabiendas de su condena
como nubes de humo vencidas.
A lo largo de la avenida pétrea,
me imaginé libre, junto a mis pasos,
bajo las hileras de copas verdes.
¿Cómo olvidar el silencio
cuando solo el silencio existe?
La ola de libertad intuida me vence,
no hay más opción que la huida,
ni más dolor que el deseado.
Tras los pájaros risueños
vuelan de nuevo mis sentidos.
Nada me pertenece y todo es mío,
bajo la tormenta de temores
y el ácido de sueños perdidos,
se alzan los colores sedientos
de instantes fuera del tiempo.
Una nube irreal del mismo cielo
en espirales de blanco perfecto
me narra todas las historias
que alguna vez concebí.
Me las recita sin palabras,
solo con su ritmo de pausas
de arcoíris y alfombras mágicas,
como si la bóveda se balanceara
sobre nuestras vidas de lamentos.
El rayo de sangre que partió la lejanía
en dos mitades solas de fuego rojo
ha desaparecido en su remolino,
dejando pensamientos ardientes
bajo las imponentes sombras.
La lluvia constante de los ojos
de ese cielo que observo sin prisa
me persigue en los días solitarios
y amados del verano fresco.
Un vacío sublime de los sentidos,
como segundos únicos de verdad,
instantes de silencios alados
que se funden con todo ahora.
Y pronto el manto temblará de nuevo
y caerán los suspiros a mi alrededor
en otro duelo ilusorio y punzante
que pronto sabrá elevarse aún más.
El cristal nebuloso me observa
por entre las gotas de vaho gris,
más allá del resplandor oculto
que nacerá con la mirada del día.
Son pasos en el círculo de la nada,
son fuentes perseguidas entre nubes
por cada respiración de mi memoria
con su caminar tácito y constante.
Se tornan azules las montañas
bajo abrazos de sombra serena
y el olvido intenta abrirse paso
entre la hojarasca de recuerdos vanos.
Que me juzguen los vientos sabios
porque solo ellos escucharán
la súplica constante del anochecer,
y conocerán el pálido refugio
donde aguardan los ecos perdidos.
Que me abracen los ruegos cálidos
de mi propia conciencia dormida
para que el dolor repose y olvide
los pensamientos aciagos del ego.
Ahora ante estas nubes de vida
que respiran sobre los vidrios
como susurros enceguecidos,
como regalos sin descanso,
entrego todos los secretos
que parpadean en mi regazo.
Soledades de la noche fría
encienden caminos de la mente
para recorrer en el silencio inerte
de las madrugadas gélidas,
todas las bifurcaciones y desvíos
del sentir siempre evocado.
Son esas tinieblas prolongadas
que sonríen desde lo más alto
las que acompañan las horas
de monólogos desesperados,
detonantes de comienzos.
Bajo tempestades ardientes
se ocultan los pesares viejos
y tenebrosos de muchas mentes
que arrebatan el sosiego nocturno.
Para conocer el dolor simple,
sin el sufrimiento adherido a la piel,
es necesario separar las ilusiones
de la verdad perfecta del ser.
¡Pero cómo derrotan las tormentas
de pensamientos lúgubres y sombríos
en las noches largas del alma!
¡Y cómo remonta después el sentir!
Entre cumbres y abismos siniestros
oscilan cuerpos y sentimientos,
se elevan hasta el éxtasis primero
para descender bajo la tierra viva.
Hasta encontrar el momento único
de ese ahora perpetuo, vagaremos,
como sombras que en la noche turbia
se disuelven perdidas en sí mismas.
Duelen los secretos enterrados
en las arenas movedizas del ayer,
y se clavan como espinas de hiedra
en lo más profundo de cada mirada.
La espera se desvanece en perfiles,
vagos e imprecisos como ilusiones,
y el círculo de fuego familiar retorna
con todos los ardores del mundo.
Anhelo ese instante de oscuridad,
aun frente al brillo intenso del día,
los ojos abiertos al silencio perfecto,
la mente cerrada bajo el recuerdo.
Es la danza permanente de la historia,
la propia y la ajena son lo mismo.
Recorre los momentos mil veces,
los toma, los moldea, los remueve,
y la circunstancia decide la condena.
No es olvido lo que azota las sienes,
no es rencor lo que ocultan los ojos.
Todo sigue su curso de sombras,
de historias que se bifurcan sin fin,
como laberintos incomprensibles.
Solo la intuición lo abraza por entero,
solo el sentir lo intuye desde siempre.
Y una vez más el juego gira
ante los ojos cerrados al ser,
con la esperanza serena y sola
tras la tormenta de oscuridad.
Duelen y duelen los días
en su noria de objetos huecos,
pero me hablan las nubes de luna
y el corazón respira de nuevo.
La espada afilada contra la espera
decapita los momentos uno a uno,
la tristeza pesada se asienta
desde el fondo y hasta el fondo.
¿De quién eran las lágrimas?
Olvidado ya el llanto fugaz
volverá cuando caigan las sombras,
y reinará con su locura antigua
hasta que el brillo lo destierre.
Solo lejos de los pensamientos
hallaremos el sendero único
donde confluyen los caminos
antes y después de la existencia.
No importan las lágrimas de sal
ni las risas que reverberan en el pecho.
Todo lo perdido se transforma
y regresa con una piel distinta.
Y somos, no porque fuimos,
somos, no porque seremos.
Somos en el vacío, en el silencio,
en el espacio, vasto y perfecto.
Con el viento en el rostro
se presiente el fin de todo,
sin entender que no hay finales
en el círculo de la existencia.
Se regeneran las fuerzas para seguir,
se recogen las cenizas de nuevo
y los pasos avanzan antes del alba,
pero el día se extiende sin fin
sobre la misma rueda de clavos.
Cuando llegue la noche insomne
se cerrarán las alas,
se abrirán los sueños,
para continuar el regreso hacia ti.
Respira sobre mí otra tarde amarilla,
con el sonoro remolino de hojas
que danzan como soledades vivas,
y el timbrar abrupto desenhebra
el hilo perfecto de todos los silencios.
Se despedaza el momento anhelado
con la interrupción de los sentidos,
arrojados sin aviso contra las voces
y las invasiones de preguntas súbitas.
Un golpe más, inesperado, infantil,
tras la caída de la noche fría y violeta,
rompe la vibración efímera de los sueños.
Llegará la mañana con sus gotas trémulas
de colores apagados por la niebla.
La desesperación tiene colmillos,
nombre de pasillo infinito y oscuro,
se retuerce en su mismo fango
y te arrastra con ella una y otra vez.
Cuando la oscuridad te cubra por completo,
abrázala para entender sus tinieblas.
Solo entonces, desde su propio abismo,
podrás vislumbrar su verdad única.
Se desdibuja una tarde más,
con su luna lenta y perfecta,
sobre la sábana violeta de nubes
y montañas azules de la noche.
Ninguna luz cobija los momentos,
ningún sendero se vislumbra ya
y los recuerdos se abren paso
arrastrados por cuerdas sombrías.
Pero siempre en segundo plano,
la presencia inmanente y serena
se evoca a sí misma sin dolor.
Se desvanecen todas las sombras
entre sus brazos de luz constante,
aun bajo viejas tinieblas conocidas.
La noche se adelanta con su gruesa cortina
bloqueando los sentidos lánguidos del estío.
Y permanece mientras la abrazo,
y me abandona cuando la miro.
Pero está y será mañana de nuevo,
también en mi ausencia lo cubrirá todo.
En los días últimos de luz tardía,
se evocan las nubes rojas de sol.
No existe ya la esperanza del retorno,
ya no habrá mas silencios plateados.
Este es el único momento posible
para recordarlo y abrazarlo todo.
La decisión, la elección de calma,
entre las ondas de locura y espuma,
consumen los rayos de sabor dorado
hasta que el adiós se tiña de azabache.
Cuando el retorno se ha perdido,
los pasos descienden sin mirar atrás
por la vereda estrecha de guijarros.
Duerme el ser, entre altibajos sordos,
y se arrastra bajo el peso del sueño,
bajo la carga de los días humanos,
con la esperanza perdida en su dolor.
Alza la mirada al infinito un instante
sin que le ciegue la voz del firmamento.
Pero será tarde si no abre los ojos,
si no despierta en su carrera final
y vaga por siempre entre espacios.
Con sus brazos largos me atrapa
para sumirme en su mundo de formas
una noche más entre todas las noches
con el trémulo pesar del recuerdo
presente en cada aparente despertar.
La impaciencia traicionera, inconsciente,
amarra las manos y aprieta la garganta.
Será necesario un paso, un abrir de ojos,
una respiración presente, un latido sabio,
para que el fin sea principio de nuevo
y todos los relojes desaparezcan sin más.
Con el peso sencillo de los momentos,
aun cuando no existe otro instante,
se comprenderá que el mundo no es,
solo el ser es, antes y después de todo.
Si pudiera asumir mi propia esencia
y apartar los pensamientos ilusorios
para abrazar todas las tardes de invierno
como si fueran una sola y verdadera.
Sin importar luz o sombra, calor o frío,
sin destruir las manifestaciones de vida
con la mirada o con las manos,
abrazar, sin juzgar con cada gesto,
amar, antes y después de las miradas.
Ya no tendría sentido el mundo
o más bien tendría todos los sentidos.
31 de diciembre de 2022