Isabel Forga | La presencia observadora
Sitio web y blog de la escritora Isabel Forga con información de sus novelas, poemas, entrevistas y artículos sobre aspectos literarios, culturales e introspectivos.
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La presencia observadora

Robarle unos minutos al día para observar el mundo a través de una ventana siempre me ha fascinado. Al caer la noche, se puede contemplar además el cambio paulatino de color y luz hasta que la oscuridad lo cubre todo. A un lado del cristal, el movimiento continuo de formas; al otro, la presencia observadora, quieta y en silencio. Una imagen que me recuerda las dos dimensiones de nuestra existencia.

Si en algún contexto determinado alguien se limitara a observar las acciones de otros en lugar de intentar participar, la sociedad juzgaría de inmediato esa elección como un problema que hay que solucionar y no como una opción válida. Por ejemplo, la participación explícita suele ser premiada en centros de enseñanza o de trabajo, lo cual es hasta cierto punto comprensible, pero no todas las personas aprenden o aportan de la misma manera. De hecho, el estrés que esa exigencia genera puede dificultar o incluso bloquear el proceso de aprendizaje. Al menos, recuerdo que así era a menudo en mi caso y eso no ha cambiado. Escuchar o leer una explicación sobre algún tema, sin la presión de tener que generar una respuesta más o menos inmediata, puede aumentar la capacidad de concentración de algunas personas y quizá incluso conducirlas a una acción posterior más acertada o precisa. La disposición para observar en silencio no se comprende ni respeta en muchas sociedades actuales.

Y esa actitud intolerante hacia la inacción, se extiende después a otros aspectos de la vida cotidiana. ¿Cuántas personas escuchan realmente a otras con atención cuando están teniendo una conversación? ¿No están más bien pensando lo que van a responder o lo que van a aportar en referencia a su propio caso? Lo pregunto por experiencia. Admito que muchas veces me he descubierto en espera impaciente de que alguien termine de hablar para ofrecer mi punto de vista, llegando incluso a interrumpir, en lugar de prestar la atención debida a sus palabras.

Solo hace falta observar un debate sobre cualquier tema en televisión, por ejemplo, para ver cómo los participantes se interrumpen bruscamente unos a otros con tal de expresar su opinión y dejar clara su postura, sin espacio ni apertura a otras ideas. Los seres humanos nos identificamos con ideas y conceptos hasta llegar a la violencia para defenderlos, y nos cerramos sin entender que en la dimensión de las formas y las construcciones mentales no hay absolutos. Se puede tener una opinión, pero no es necesario convertirse en ella. Mientras más inflexible sea la postura, más clara resulta su fragilidad.

A veces me he sentido como una presencia que observa y que solo participa de la acción cuando es estrictamente necesario. Se suele pensar que si nos dedicamos a observar de manera directa, alejándonos de los juicios constantes del pensamiento, acabaremos perdiendo la capacidad de pensar o de sentir. Pero aprender a observar los pensamientos y sentimientos permite distanciarse de ellos y apreciarlos realmente, sin la distorsión de la historia interior. No se pierde la creatividad ni la capacidad de improvisar. Al contrario, a partir de la consciencia observadora, el proceso creativo se da de la manera más auténtica.

En realidad, de la simple contemplación se deriva un aprendizaje profundo, como también de la observación de la inconsciencia, la de los demás y la propia, que es la disfunción general del ser humano. Este ejercicio tiene además un gran poder de liberación porque al observar los procesos mentales propios, estos ya no pueden controlarnos de la misma manera.

Como siempre, el equilibrio es lo ideal: hallar un balance entre la acción y la observación, es decir, participar del mundo de formas maravillosas en el que se da nuestra existencia sin perder de vista la dimensión verdadera y permanente del ser. Solo así se puede disfrutar realmente una historia.

 

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