
03 Nov El deber del odio
Desde la publicación de mi novela Shaktarha… muchas personas me han preguntado por qué de Luna y de Sol. La respuesta es, en realidad, bastante simple, aunque no tan fácil de comprender.
Luna y sol simbolizan la dimensión femenina y masculina, y por extensión, la dualidad que define nuestro mundo. Yo buscaba crear un personaje que aunara esas dos dimensiones para poder trascender el concepto de dualidad a muchos niveles porque sólo en el equilibrio de esa unión pueden los seres humanos alcanzar su verdadera grandeza.
Nuestra mente suele creer que somos individuos separados con características inamovibles, y de esa idea se generan todos los conflictos que conducen al odio. Puede sonar exagerado, pero es una realidad: la humanidad ha convertido el odio en un deber. Una gran cantidad de obras literarias exploran el odio porque es un tema muy atractivo para muchos lectores. Yo misma lo he utilizado en mis escritos, aunque sea con la secreta intención de darle la vuelta.
Desde tiempo inmemorial, las personas han sido adiestradas en el odio y han enseñado a su vez a otros a odiar, hasta el punto de que muchos se sienten en la obligación de arrojar su ira o, por lo menos, su desprecio, contra todo lo que creen que les ofende.
Y algunos me responderán: ¿y no es eso lógico? No creo que lo sea porque no me estoy refiriendo a una reacción visceral como acto reflejo ante un ataque, lo cual, teniendo en cuenta el funcionamiento del ego humano, es más comprensible, sino a una profunda sensación de insatisfacción por no responder a una ofensa “de la forma debida”. Es decir, podemos incluso sentirnos culpables por no despreciar a alguien de quien pensamos haber recibido algún tipo de ofensa.
¿Quién no ha oído frases como “me tuve que enfadar” o “ en esos casos te tienes que enfadar”? Y no es lo mismo enfadarse que “tenerse que enfadar”.
Lo más grave es que muchas personas se sienten ofendidas por todo lo que implica un factor diferenciador. Más allá de etnias, razas, religiones o nacionalidades, llegan a considerar a los miembros de su familia superiores de alguna manera a otros seres humanos por el simple hecho de “llevar su sangre”, lo que conlleva un menosprecio a priori hacia el resto de las personas.
En base a estos factores diferenciadores se nos enseña a qué tipos de personas debemos rechazar. Y nuestra mente lo acepta en menor o mayor grado, dependiendo de nuestro desarrollo posterior. Es un condicionamiento grave del que normalmente ni siquiera somos conscientes.
Si se le pidiera a alguien que se deshiciera de todos sus prejuicios por un momento y lo observara todo sin juzgar nada, indudablemente sentiría una gran liberación, pero en seguida surgiría ese “deber de odio”. Hemos desarrollado la convicción de que sin un espíritu crítico ante todo nos convertimos en ignorantes. Sin embargo, ese espíritu crítico está bañado en condicionamientos que no nos permiten vivir en paz. No es un ejercicio fácil, pero si tratamos de desnudar de prejuicios lo que percibimos, como si llegara a nosotros sin información precargada, empezaremos a sentir una ligereza que nos permitirá apreciar una infinidad de nuevas posibilidades.
Muchos piensan que mientras más juicios emiten son más inteligentes, pero en realidad esos juicios los hacen infelices. El no juzgar obedece a una inteligencia que supera la mente humana y nos libera. ¿Y no es la libertad la inteligencia más suprema a la que todos aspiramos?
Paulina S.
Publicado a las 15:14h, 03 noviembreEn mi trabajo y mi vida promuevo el no odiar y realmente creo en ello, pero a veces también soy víctima del “deber odiar” por el simple hecho de que nos han enseñado que no hacerlo con quienes nos han lastimado nos hace ver débiles, culpables o tontos. No obstante, esos juicios deberían ser ajenos a nuestra fuerza interior.
Isabel Forga
Publicado a las 16:13h, 03 noviembreExacto, debemos ser más conscientes de esos condicionamientos para irlos superando. Gracias por tu comentario.
Tony
Publicado a las 19:09h, 03 noviembreEn realidad, a mí hasta la palabra odio ya me resulta fea, porque creo que nunca deberíamos odiar. Pero mucho menos cuando se nos conduce a odiar, y ni siquiera se nos ocurre pensar por qué tenemos que odiar específicamente a alguien, o a veces a muchos.
Cuánta verdad encierra todo lo que has escrito en tu artículo, Isabel.
Isabel Forga
Publicado a las 19:28h, 03 noviembreGracias por tu comentario. Desgraciadamente se nos conduce a odiar de muchas formas, pero espero que cada vez más personas empiecen a darse cuenta de lo innecesario y destructivo que es ese odio.
Beatriz
Publicado a las 19:36h, 04 noviembreA mí me horroriza la palabra odio porque pienso que la persona que odia vive atormentada. En cambio, el odiado vive tranquilo y feliz. Por eso, en mi corazón no entra el odio, y pienso que es la mejor manera de vivir relajada.
Isabel Forga
Publicado a las 23:46h, 04 noviembreDesde luego, el que odia no conoce la paz. Gracias por leer y comentar.
SannyPah
Publicado a las 00:58h, 10 diciembreMake more new posts please 🙂