Isabel Forga | La zona nebulosa
Sitio web y blog de la escritora Isabel Forga con información de sus novelas, poemas, entrevistas y artículos sobre aspectos literarios, culturales e introspectivos.
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La zona nebulosa

Según mi experiencia, cuando la niebla nos rodea, tenemos dos opciones. Podemos esperar a que la bruma se disipe o avanzar un poco para tratar de salir de la zona nebulosa y empezar a ver más claro. En cualquiera de los dos casos, mi recomendación es que la espera o el camino se realicen en silencio, sobre todo en silencio interior.

La larga pausa sin entradas nuevas en este blog no se debió a la falta de ideas, sino más bien al exceso de ellas. Pensamientos continuos y contradictorios me llevaron a escoger el silencio porque no me parecía honesto exponer reflexiones que me superaban, sabiendo que mis acciones no estarían siempre a la altura de mis palabras. Ahora entiendo mejor algo que hace tan solo unos meses me causaba conflicto. Un ser humano puede actuar de manera distinta dependiendo de las circunstancias, pero una reflexión sincera en un momento de inspiración no contiene por ello menos verdad, dado que esa verdad surge de una dimensión más profunda que todas las personas comparten, aunque muchas no sean conscientes de ello.

A partir de ahí, publicar o no publicar es una decisión propia, pero no debería basarse en la esperanza de aceptación o en el miedo al rechazo. El acto de escribir, en primer lugar, no puede realizarse desde ese temor ni tampoco con la vista fija en el resultado. La atención debe concentrarse en el proceso interior que la escritura conlleva, más allá de los posibles ojos lectores o sus opiniones al respecto. Solo así, con la atención en cada instante de ese proceso se produce la inspiración creativa, que no procede solo de la persona, sino de la comunicación entre el ser y el humano que somos. Las palabras escritas toman forma a partir de una dimensión intangible durante el proceso creativo para que las personas puedan acceder a esas ideas y transformarlas en realizaciones interiores.

Lo que sí habría que tener en cuenta, de todas formas, a la hora publicar o no una reflexión, más que la comprensión o el rechazo, es la ayuda que pueda prestar a alguien en una situación determinada. Si un punto de vista expuesto sobre algún tema puede aportar algo positivo a la persona que lo lee, tal vez ese hecho constituye ya un motivo suficiente para arriesgarse a publicarlo.

Hace poco alguien me dijo que, a la hora de escribir o divulgar una idea a través de algún medio, nunca podemos saber qué corazones estamos tocando… ni cuántos. Su reflexión me llevó a recordar el cuento del lanzador de estrellas, del cual se han hecho numerosas adaptaciones basadas en el escrito original de Loren Eiseley: The Star Thrower. La historia cuenta que un hombre paseaba un día por una playa y vio a un niño que recogía estrellas de mar que habían quedado sobre la arena al bajar la marea y las lanzaba de nuevo al mar. La playa era grande y estaba cubierta de estrellas, así que el hombre se acercó a él para indicarle que eran demasiadas y que su labor no tenía mucho sentido. El chico recogió una estrella más, la arrojó al mar y le respondió: “para ésta sí tiene mucho sentido.”

En cualquier caso, y aunque el camino parezca brumoso, a veces el poder de la intuición es el mejor guía para saber hacia dónde dirigirse. Y para ilustrar esta idea incluyo el siguiente fragmento de Shaktarha, de Luna y de Sol:

 

Empujados por uno y mil vientos surcaron las aguas inmensas durante infinitos días y noches. Hablaron con las estrellas o los rayos dorados del alba para aprehender su destino inmortal. Y nada los detuvo. Abrazaron el frío de la oscuridad con la paciencia de quien espera un principio. Soportaron el fuego de la luz sin el temor de los que ignoran la vida. Y nada los detuvo. En el insondable moraron hasta que la espera se transformó en existencia.

            Iliayh tradujo estas palabras de una lengua cuyo origen Shakbaah desconocía por completo. La joven reflexionó unos segundos. Luego, dijo:

            —He oído hablar antes de esas aguas inmensas.

            Había leído sobre ellas e incluso recordaba que el viejo Rasshul había comparado una vez el peculiar color de sus ojos con el del mar al atardecer. Figuraban también como límite en el mapa que había copiado y estudiado durante sus clases en el Palacio de Shakhak.

            —¿Te gustaría ver el mar? —le preguntó Iliayh.

            —Debe ser impresionante. ¿Qué hay al otro lado?

            —Tal vez otros mundos, otras personas que no sean Luna ni Sol.

            Shakbaah permaneció un momento en silencio tratando de imaginar la inmensidad de ese mar.

            —¿Tú lo has visto, Iliayh? ¿Has visto el mar?

            La mujer la miró largamente con sus ojos color miel y Shakbaah adivinó un matiz de nostalgia que no había visto antes en ellos.

            —Cuando estés frente a él, intenta abarcarlo en tu interior, absorber su ritmo. Luego, cierra los ojos y dibújalo en ti. Podrás ser tan grande o tan pequeña como esa imagen.

            La joven trató de memorizar las misteriosas palabras de Iliayh. Cuando estés frente a él. Se preguntó por qué estaba tan segura de que sería así.

            —Las personas de las que habla el escrito, las que surcaron las aguas, ¿quiénes son? ¿Qué les pasó?

            —Estos textos son muy antiguos. Lo importante no es quiénes fueron esas gentes, sino las posibilidades que sus escritos ofrecen. Los caminos.

            —El camino. Yakheg.

            —Eso es, Yakheg.

            —¿Crees que hay otros mundos más allá del mar? —preguntó Shakbaah.

            —Creo que puede haber otros mundos también aquí. Pero hay que descubrirlos o crearlos de nuevo.

            —¿Y esa lengua del pergamino?

            —No es de Luna ni tampoco de Sol. Es una lengua más antigua que estas civilizaciones. Hubo otras culturas anteriores, culturas que navegaron los mares y escribieron sobre ello.

            —¿Y qué pasó? ¿Qué fue de esas culturas?

            Iliayh guardó silencio. Por un segundo, Shakbaah advirtió en sus ojos una expresión casi melancólica.

            —Estos escritos son todo lo que queda —dijo con voz suave.

            —¿Cómo se llama el mar en esa lengua? —preguntó entonces la joven.

            —Xechhal.

            —Xechhal —repitió Shakbaah.

            Luego volvió a callar. Su imaginación voló hacia esas culturas desconocidas y entendió que los caminos sobre los que hablaba Iliayh empezaban en su propio pensamiento. Poco a poco, Yakheg dejaba de ser un nombre en un viejo libro.

            —¿Por qué estás tan segura de que llegaré a ese mar? —preguntó, rompiendo su silencio.

            —Porque en el momento necesario tu corazón te lo pedirá.

 

 

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