16 Jun La empatía hacia el personaje
La empatía hacia los personajes de ficción es tan antigua como el ser humano. Las personas siempre se han vinculado emocional y sentimentalmente con las historias hasta llegar a la risa o al llanto. La atracción por las historias y los personajes no es algo nuevo de la era actual, aunque ahora tengamos muchas más opciones a nuestro alcance. Y es maravilloso que esas opciones se vayan complementando en lugar de reemplazarse por completo unas a otras. Por ejemplo, la llegada del cine a nuestras vidas no terminó con la afición por las novelas, y, es más, un gran número de películas son adaptaciones de libros. De igual manera, la televisión con sus telefilmes y series no significó el fin de la devoción por la gran pantalla.
En los últimos años estamos experimentando también el auge de los audiolibros y los podcasts, cuando el tiempo en que las personas escuchaban historias parecía haber quedado atrás. No sé si por fortuna o por desgracia, acceder a través del oído a una novela extensa que teníamos en lista de espera quizá durante años por falta del tiempo necesario, mientras realizamos otra actividad que no precise de mucha concentración, se está convirtiendo en una opción válida, y lo digo por experiencia propia. Es muy cierto que esta alternativa se opone al sabio principio de dedicar total atención a una sola actividad en lugar de intentar realizar varias a la vez, pero no se puede negar que la mentalidad humana actual nos empuja con frecuencia a exigirnos más de lo que las horas del día permiten. A esta tendencia podemos llamarla frenesí o necedad, pero la conclusión es que todos los formatos de historias tienen su lugar y pueden disfrutarse sin entorpecerse.
Resulta fascinante que los seres humanos tengan la capacidad de desarrollar sentimientos y emociones reales hacia creaciones que no comparten la misma dimensión en el mundo de las formas. En la actualidad, se han creado incluso términos como fictorromántico para referirse a las personas que se sienten atraídas por personajes de ficción, pero la verdad es que esta inclinación ha existido siempre.
Tampoco sería correcto decir que los personajes no existen, como suele hacerse, puesto que poseen su propia realidad como creación. De hecho, las personas autoras reconocen que, una vez publicados de una forma u otra, sus personajes adquieren rasgos más allá de los delineados inicialmente por los creadores. Es decir, al entrar en contacto con seres humanos que se identifican con ellos, los piensan o los sienten, esos personajes evolucionan. Es más, no son pocos los escritores que se admiten sorprendidos por las acciones de sus propios entes ficticios a partir de rasgos de personalidad que no habían previsto.
Al fin y al cabo, una persona no deja de ser un personaje, es decir, una entidad creada a partir de la mente, y está claro que ambos términos tienen la misma etimología. Posiblemente con origen en el vocablo griego prósōpon, la palabra persona pasó después al latín para referirse a la máscara utilizada por los personajes de teatro. De igual forma, lo que llamamos personalidad para referirnos a la serie de rasgos o características del comportamiento de un ser humano, tiene el mismo origen. Y es que, en realidad, no dejan de ser ficciones o formas que desaparecerán con el paso del tiempo sin dejar rastro. La persona se va creando al ritmo de su propia historia como un personaje. Algo muy distinto es el ser que somos, que va mucho más allá de la persona. Una vez más, ese equilibrio, mencionado en otras entrada de este blog, entre el ser y el humano es lo que puede proporcionarnos una experiencia de vida plena. Una vez anclados los pies con firmeza en la dimensión esencial del ser se puede participar con mayor ligereza en el mundo de las formas, que incluye, por supuesto, el ámbito de la ficción.
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